La violencia doméstica es una lacra social que nos encontramos en todas las culturas, países y estratos sociales. Aunque las mujeres también pueden ser las que infligen los malos tratos, son de forma más habitual las víctimas. Según la OMS (2002) y tras revisar diversos estudios, entre el 10% y el 69% de las mujeres encuestadas reconocieron haber sido agredidas físicamente por su pareja masculina en algún momento a lo largo de sus vidas. Está claro que con estos datos, la violencia doméstica es un problema a nivel mundial que requiere atención por parte de las instituciones y también, por qué no, del ámbito más científico.
En este sentido, se llevan a cabo investigaciones que intentan comprender y explicar qué es lo que lleva a un ser humano a agredir a aquellos con los que convive. Entre otras cosas, parece que el funcionamiento cognitivo de los agresores domésticos podría ser distinto del de las personas no violentas, con especial relevancia de lo que conocemos como funciones ejecutivas. Una de esas investigaciones se ha realizado en la Universidad de Jaén, en España.
En esta investigación se comparó el rendimiento en una prueba de funcionamiento ejecutivo de un grupo de maltratadores domésticos con el obtenido por otros grupos de delincuentes: sexuales, violentos y no violentos. También se incluyó un grupo control compuesto por participantes no delincuentes. La tarea evaluada se conoce como Trail Making Test y tiene dos partes. En su parte A, el individuo debe trazar una línea continua que una los números del 1 al 25 presentados desordenados y dentro de sendos círculos en una hoja de papel. En la parte B, se presentan círculos con números o letras y la actividad requiere ir uniendo de forma alterna cada número con su letra correspondiente alfabéticamente hasta llegar al último elemento.
Los resultados, recientemente aparecidos en la revista científica Medicine, Science and Law (2015), mostraron que, efectivamente, los agresores domésticos presentan un funcionamiento ejecutivo alterado. Tanto ellos como el grupo de agresores sexuales necesitaron más tiempo para completar la parte B del test. Por otro lado, el grupo de agresores violentos mostró más errores en esa parte de la prueba, entendidos como más fallos en el control de la impulsividad.
Lo que el autor concluye es que los datos parecen sugerir que tanto los agresores domésticos como los de tipo sexual parecen mostrar más problemas en la flexibilidad mental y el control ejecutivo, lo que podría explicar en parte las interrelaciones que existen entre estos tipos de violencia. La flexibilidad mental es lo que nos permite, por ejemplo, ajustarnos a los cambios e imprevistos, o poder tomar diferentes puntos de vista ante una situación o problema. Esperemos que todos estos conocimientos sirvan para poder trabajar mejor con estas personas y sus familias, y sobre todo para poder prevenir en lo posible este tipo de comportamientos tan aberrantes.
Marisa Fernández, Neuropsicóloga Senior, Unobrain
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