NEUROCIENCIA,,,bienestar general
Los seres humanos estamos atravesados por la escritura como nunca antes en la historia. Muestra de esto es que hoy -y cada vez más- nos comunicamos unos con otros de manera instantánea a través de la escritura: mensajes de texto, chat, WhatsApp, correos electrónicos. Asimismo, compartimos globalmente opiniones en forma escrita en redes sociales, blogs y foros; y la accesibilidad de la información se volvió de acceso inmediato. Por ejemplo, para dar con el significado de una palabra o para solucionar una duda ortográfica, vamos en la computadora o en el celular directamente al buscador de un diccionario en línea. Además, y quizás este diario sea una muestra cabal de esto, se amplió la manera en la que interactuamos con las noticias, las crónicas y columnas de opinión y muchas veces también con todo un libro o una biblioteca. Estas transformaciones drásticas en las prácticas de comunicación y consumo cultural son evidentes, pero ¿qué hay de las implicancias que están teniendo estos cambios en nuestro cerebro que van de la lectura en papel a la lectura digital?
Leer, en un primer orden, supone reconocer la forma de las letras y, con ellas, las palabras. Pero además, mientras leemos, percibimos la totalidad del texto como si se tratara de un paisaje. Así, construimos una representación mental del mismo que nos sirve de base para interpretar la información que vamos procesando. Una de las modificaciones estructurales que se da entre la lectura en papel y la digital es que, en esta última, tal experiencia de “límite” no se produce de manera tan acabada como en la lectura tradicional: tenemos una visión parcial en la que podemos movernos para adelante o atrás sobre las líneas del texto, pero no está clara esa noción de finitud del texto. Por eso no es azarosa esa metáfora de “navegación” que se usa para la Internet, ya que no está claro el camino prefijado ni tampoco dónde está la orilla.
El cerebro persigue palabras
Leer supone percibir el texto como si se tratara de un paisaje
Leer, en un primer orden, supone reconocer la forma de las letras y, con ellas, las palabras. Pero además, mientras leemos, percibimos la totalidad del texto como si se tratara de un paisaje. Así, construimos una representación mental del mismo que nos sirve de base para interpretar la información que vamos procesando. Una de las modificaciones estructurales que se da entre la lectura en papel y la digital es que, en esta última, tal experiencia de “límite” no se produce de manera tan acabada como en la lectura tradicional: tenemos una visión parcial en la que podemos movernos para adelante o atrás sobre las líneas del texto, pero no está clara esa noción de finitud del texto. Por eso no es azarosa esa metáfora de “navegación” que se usa para la Internet, ya que no está claro el camino prefijado ni tampoco dónde está la orilla.
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